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La Paz, 24 de Septiembre de 2025

Wara Ruiz Condori

Entre la vergüenza y la distancia: El tabú que aísla a las jóvenes rurales de la salud sexual en Bolivia

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Centro de salud (primer nivel) en Collana Foto: Wara R. Condori

Collana, un municipio de la provincia Aroma en el departamento de La Paz, se caracteriza por sus planicies y montañas, con altitudes que oscilan entre los 3.700 y 4.300 msnm y un clima que va de templado a frío. Su economía, basada en agricultura, ganadería, minería y artesanía, exige que las familias dediquen gran parte del día a la producción, mientras que los jóvenes enfrentan la presión de equilibrar estudios, trabajo y cuidado de su salud. Massiel Nina, de 18 años, recuerda el dolor intenso de un cólico menstrual que la acompañó durante días. Sus padres, ocupados en el cultivo, no pudieron dejar sus faenas para llevarla a la posta de salud, y la recomendación familiar fue recurrir a un remedio casero: “Lávate con manzanilla”.

La respuesta no era un rechazo, sino una respuesta práctica en medio de las urgencias familiares. Pero esa escena refleja una realidad más profunda: en las comunidades rurales bolivianas , el acceso a la salud sexual y reproductiva no se reduce a la existencia de un centro de salud, sino a un entramado de tabúes, estigmas y barreras cotidianas que pesan sobre las y los jóvenes.

A nivel nacional, la Encuesta de Demografía y Salud (EDSA) 2023 muestra una reducción histórica de la fecundidad y un aumento en el uso de anticonceptivos modernos, incluso en áreas rurales. Sin embargo, esos avances esconden una grieta: la fecundidad adolescente en el campo duplica a la de las ciudades y aunque la Política de Salud Familiar Comunitaria Intercultural (SAFCI) promete prevención, participación y equidad, su aplicación real suele quedarse corta, especialmente para las ylos jóvenes y adolescentes.

 Postas de Salud: Lugares de atención, espacios de miedo

En la comunidad Collana, las adolescentes enfrentan un muro de barreras para ejercer sus derechos sexuales y reproductivos. Aunque la normativa boliviana garantiza la atención integral (SAFCI), en la práctica la ginecología casi no existe en el primer nivel de salud rural.

En teoría, la posta comunitaria debería ser el espacio más cercano y accesible para las adolescentes. En la práctica, es todo lo contrario: un lugar incómodo, con poca privacidad y casi sin especialistas. “El pueblo puede hablar si nos ven por ahí”, relata Massiel, que lidera la defensa de los derechos sexuales y reproductivos ya por cinco años a través de la organización de Adolescentes en Collana Norte.

Esta organización trabaja por la defensa de los derechos sexuales y reproductivos, el acceso a la educación y otras áreas clave para adolescentes. Desde su creación en 2023, ha logrado conformar una comunidad juvenil activista integrada por 30 miembros y brindarles apoyo en sus iniciativas. Massiel lidera el equipo desde la coordinación general, y al concluir sus estudios universitarios aspira a convertirse en una profesional que impulse oportunidades y una mejor calidad de vida para las y los jóvenes. 

El Estado Plurinacional de Bolivia cuenta con un marco normativo robusto. La SAFCI promueve la integración de la medicina académica y tradicional con participación comunitaria, mientras que la Ley N° 475 garantiza atención integral y protección financiera a quienes no tienen seguro. Sin embargo, en terreno estas promesas se diluyen: el acceso real a servicios de salud sexual y reproductiva sigue siendo precario en el área rural.

La EDSA 2023 confirma la brecha. La tasa de fecundidad adolescente en Bolivia es de 48 nacimientos por cada mil adolescentes, pero en el campo se duplica. A esta desigualdad se suman factores estructurales (falta de ginecólogos y equipamiento), económicos y geográficos (el costo y tiempo de viajar a centros urbanos), además de las barreras socioculturales: el estigma, la vergüenza y la desconfianza hacia la medicina moderna.

En Colquencha, las pruebas de papanicolaou son casi exclusivas de mujeres adultas. “Las jóvenes no asisten por el temor de consultar”, explican vecinas. En Patacamaya, otro poblado del altiplano,persiste la idea de que en los hospitales “pueden meterte una enfermedad”, lo que lleva a muchos adolescentes a optar por remedios tradicionales. A estas percepciones se suman deficiencias del servicio: el personal de enfermería suele ser pasante, rota cada tres meses y, según las jóvenes, su trato es “poco amable”.

“Lo que falta son especialistas: ginecólogos, análisis de laboratorio y programas reales de prevención del embarazo”, insiste Massiel, convencida de que las políticas deben aterrizar en acciones concretas.

El panorama es claro: sin inversión en el primer nivel de atención, sin campañas de educación que derriben los tabúes y sin personal capacitado de forma estable, las adolescentes rurales seguirán enfrentando soledad y silencio en el momento de decidir sobre sus cuerpos.

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Iza de la bandera los domingos en Collana por el secretario municipal Gabino Tito  Fotos: Wara R. Condori

 La respuesta oficial: entre tecnología y tradición

Consultado sobre la deficiente cobertura, Gabinon Tito, secretario municipal de Collana, admite que los servicios ginecológicos son casi inexistentes. Su gestión prioriza la medicina general y la odontología, y aunque asegura que se realizan campañas de prevención de cáncer de cuello uterino, reconoce que “no es suficiente” y que en el municipio “falta más tecnología”.

La apuesta de Tito se alinea con la política nacional de SAFCI, que promueve articular la medicina biomédica con la tradicional. El plan municipal consistiría en próximas gestiones en invertir en “máquinas de última generación” y, al mismo tiempo, reforzar el uso de la medicina ancestral de forma institucionalizada, bajo el argumento de que “el pueblo confía en ella y la hemos utilizado desde nuestros ancestros".


Barreras en la atención de salud adolescente en Collana 

En Collana, la posta local debería ser la puerta de entrada al sistema de salud. Pero para las adolescentes, se ha convertido en una puerta cerrada: horarios restringidos, ausencia de especialistas y falta de servicios básicos las obligan a viajar a la ciudad para recibir atención.

Massiel lo sabe bien. La posta de su comunidad atiende solo de 9:00 a 16:00, justo en las horas en que ella y su familia trabajan en el campo. “Cuando necesitamos, no está abierta”, ella dice. Y cuando la emergencia ocurre en fin de semana por la noche, como le pasó con una fractura, no hay otra opción que desplazarse a La Paz.

Para la joven, ese viaje es un obstáculo en sí mismo. El pasaje de ida y vuelta cuesta 40 bolivianos, un gasto significativo para las familias campesinas. A eso se suma el tiempo: un solo trámite puede consumir hasta dos días entre el viaje, la atención y la espera de resultados, que a menudo tardan y obligan a regresar. Como señala, “no solo se trata del dinero; faltar a clases o dejar las labores agrícolas afecta directamente la educación y el sustento familiar”.

Ante esta situación, muchas jóvenes optan por normalizar el malestar. Massiel recuerda asistir a la escuela y a actividades comunitarias “aunque con dolor, infección o menstruación”, porque no podía permitirse interrumpir su rutina cada vez que su cuerpo exigía cuidado.


Educación Sexual: entre el silencio y la vergüenza

En las comunidades rurales de La Paz, el acceso a la salud no solo se mide en kilómetros recorridos. También se mide en la ausencia de información. Para muchas adolescentes, el silencio institucional pesa tanto como la falta de médicos especializados.

“Hay muy poca información”, dice sin rodeos Massiel. Su frase resume la realidad de cientos de adolescentes que crecen sin orientación sobre salud sexual y reproductiva en área rural en la provincia Aroma de La Paz. En varios pueblos, la falta de conocimiento se percibe como una de las principales razones de los embarazos tempranos.

Durante años, organizaciones como Plan Internacional llenaron ese vacío con talleres y charlas. Pero su retiro dejó a las comunidades a la deriva. “Los doctores de la posta solo daban charlas a pedido de Plan”, recuerda Massiel. Y cuando el apoyo externo desapareció, también se apagó esa frágil red de información. Las jóvenes pidieron al personal de salud que continuara, pero la respuesta fue tajante: “no hay personal disponible para eso”. Incluso cuando sí llegaban, lo hacían tarde. “Se retrasaban más de una hora, decían que no había personal en los centros”, cuenta Massiel.

Ese vacío se llenó con prejuicios. En las comunidades, hablar de sexualidad se confunde con ser sexualmente activa. “Existe el morbo de que si tienes menstruación ya has iniciado tu vida sexual”, explica Massiel. Ella misma fue blanco de rumores solo por interesarse en compartir información: “Decían que yo estaba activa y que me embarazaría”.

Frente a este panorama, la demanda de las y los jóvenes es clara: “Que por favor nos dejen informar más sobre cuidados de nuestra sexualidad y anticonceptivos”. Es un pedido sencillo, pero profundamente político: que hablar de derechos sexuales y reproductivos deje de ser un tabú. Que la salud deje de ser un privilegio. Y que el silencio institucional no siga marcando el destino de sus cuerpos.

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Jovenes de Collana en un taller sobre salud sexual y reporudtiva  Fotos: Wara R. Condori

Un llamado que no puede ignorarse

Más allá de la distancia a un centro de salud, lo que pesa es el silencio. Durante un tiempo, talleres impulsados por Plan Internacional rompieron ese vacío, pero tras la retirada de la organización todo volvió a quedar en la nada. Las jóvenes pidieron que el sistema de salud continúe con esas charlas; la respuesta fue simple: “no hay personal”.

El tabú se impuso otra vez. Hablar de menstruación o anticonceptivos se traduce en sospechas y juicios: “si preguntas es porque ya eres activa”, cuenta Massiel. Ese estigma frena a las adolescentes, que callan por miedo a ser señaladas.

En medio de esa realidad, la voz de Massiel resuena como un acto de resistencia: “Que nos dejen informar más sobre cuidados de nuestra sexualidad y anticonceptivos”. No es solo un pedido, es un grito por dignidad y autonomía, un reclamo para que hablar de derechos sexuales y reproductivos deje de ser un tabú. Más allá de las cifras, lo que está en juego es la posibilidad de que cada adolescente cuide de su cuerpo sin miedo ni vergüenza. Y en ese camino, las jóvenes rurales de Bolivia no tendrían que avanzar solas ni en silencio.



Este reportaje ha sido realizado en el marco del curso "Los DSDR en la agenda" de Católicas por el Derecho a Decidir.

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