Oruro, 10 de diciembre de 2024
Franz W. Calle Pacaje
Gustavo Mamani: una historia entre la herencia cultural y la modernidad

Nevado de Sajama, en el departamento de Oruro. Foto: Franz Calle
El viento en Sajama es un mensajero incansable, lleva consigo relatos de generaciones que luchan por preservar un modo de vida que parece desvanecerse frente a nuestros ojos. En este rincón del altiplano, al pie del nevado más alto de Bolivia, crecí rodeado de historias y tradiciones. Mis abuelos me enseñaron sobre la Pachamama, las ceremonias que protegían a nuestros animales y el ciclo armónico entre la tierra y el hombre. Pero ese Sajama que ellos conocieron, lleno de certezas, ha cambiado.
En 2010, los glaciares del Sajama comenzaron a retroceder visiblemente, una herida abierta que simbolizaba el desequilibrio del Taypi, el centro del mundo para nuestra comunidad. Los ancianos decían que algo estaba roto. El cambio climático dejó de ser un concepto distante para convertirse en una realidad palpable: lluvias escasas, vegetación menguante y una incertidumbre que se coló en nuestra rutina diaria. Según un estudio de la Fundación Andina para el Medio Ambiente, los glaciares en Sajama han perdido el 40% de su masa en las últimas dos décadas, dejando a los rebaños sin la fuente vital de agua.
El turismo llegó poco después, en 2012. Era como una moneda de dos caras: prometía desarrollo, pero también traía consigo desafíos. Los turistas llenaron los senderos, y sus dólares ayudaron a nuestra economía local, pero con ellos llegaron cambios que afectaron nuestras raíces. Las ceremonias que antes marcaban nuestras vidas fueron relegadas para atender a los visitantes. Según un informe del Instituto Nacional de Estadística, el turismo en Sajama creció un 70% entre 2010 y 2020, pero también contribuyó al deterioro de los pastizales y al aumento de desechos en áreas naturales.
Muy temprano en la mañana se observa caminar a Gustavo Mamani, un joven de unos 28 años, bien abrigado con ropas que intentan apañar el tremendo frio del amanecer, el viento soplando recio entre corta el saludo sin embargo después de un apretón de manos y una breve charla el lo describe con claridad mientras rodeamos el ganado: "El celular distrae más a la juventud, ya no se pastea bien como antes. Ahora rodeamos el ganado y nos vamos a la casa a ver el celular." Este cambio es evidente en toda la comunidad. Mas tarde rumbo al pueblo uno puede encontrarse con David Villca, un pastor mayor, con un rostro curtido por el sol y el viento altiplánico, el mientras descansa de pequeño viaje rumbo a su casa, realiza una reflexión con nostalgia: "Los chicos ya no aprecian lo que les enseñamos. Quieren los lujos de las ciudades, ya no les gusta el campo." Estas palabras reflejan un patrón de digitalización. La juventud busca oportunidades urbanas, mientras las tradiciones rurales quedan al margen.

Tata Awatiri de Manasaya, en el rio Sajama del departamento de Oruro. Foto: Franz Calle
El 2020 trajo consigo la pandemia de COVID-19 y una pausa que, para algunos, fue un alivio. Los caminos y senderos quedaron vacíos, y la tierra descansó. Sin embargo, también nos mostró nuestra dependencia económica del turismo. Durante ese periodo, nuestra economía se contrajo un 25%, según un informe del Banco de Desarrollo Rural. Fue un recordatorio de lo vulnerables que somos frente a los caprichos de la naturaleza y las fuerzas externas.
Hoy, nuestra comunidad está dividida entre quienes intentan recuperar las prácticas ancestrales y quienes miran hacia la modernidad como un camino inevitable. Melanie Mollo, una joven de 20 años, que estuvo en las aulas del colegio U. E. técnico Humanistico “Bolivia”, lo explica con franqueza mientras camina entre las aulas: "Ya no me gusta estar aquí. En la ciudad hay más oportunidades. Además, aquí no entra bien el internet, me aburro." Estas palabras contrastan con las enseñanzas de los ancianos que insisten en la importancia de vivir en armonía con la tierra.
Recuperar nuestras raíces parece más urgente que nunca, pero el ruido del progreso, las carreteras y la influencia de la tecnología complican la tarea. La pregunta que nos hacemos es si lograremos encontrar un equilibrio antes de que la modernidad borre por completo lo que nos define.